martes, 22 de julio de 2008

HOY TE HE LLORADO, MAMÁ


Hoy te he llorado, mamá, como nunca hubiera creído poder hacerlo, como siempre he querido hacerlo en este silencioso mes.
Hoy la tarde ha entristecido conmigo y el vuelo de la gaviota ha sido más pesado, abúlico e indeciso… y las caracolas no han erguido sus conchas, ni las han mimado… y las nubes han ennegrecido el cielo como un manto atónito de melancolía.
Hoy hace un mes, un largo, ingrávido y abrupto mes. Han sido días de miradas enhiestas, firmes, intensas, mamá, procurando no derramar ni una gota de salado rocío, por mor de que papá, ¡ay papá!, no se derrumbara, ni que mi hermana cayera tumbada en el triste devenir del abatimiento.
Mas hoy, mamá, he escuchado un fandango de Huelva que me ha devuelto a ti. Han sido unos minutos de angustia errática, recordando mi última noche contigo, mamá. ¡Y cómo te hablaba! ¡Y cómo te he hablado hoy! ¿Me has escuchado entre las olas? ¿Sobre las olas?...
Y me has brillado, y tu resplandor me ha colmado de lágrimas que se han unido a tu sal cristalina.
Y me he sentido libre mirándote en el horizonte, donde tu fulgor se ha unido al mágico sol vespertino.
Y mis ojos quilla han avanzado hacia el indeleble confín, para verte, hacia el desencuentro… para hallarte.
Y el blanco de mis ojos ha sido espuma de mis pies.
Y he alcanzado el sol, lo he tragado. Ese sol que amamanta mi piel, que ha arrancado una sonrisa a tu brisa, mamá. Porque eres sol con luz… y sin luz.
Mamá, mamá… ¡Cuánto te he llorado! ¡Cuánto he gemido a la luz divina! ¡Cuánto, tan poco,
te he llorado!
Y estás ahí mirándome como sólo tú sabes mirarme, como a mí me gusta, como siempre he ansiado. Y he sentido de nuevo tu hermosa cara de primavera acariciar la mía, suave, fresca, límpida, emergente, sensible, sublime, cargada de ilusión.
Te he hablado y me has dado fuerzas de mármol blanco, de trompeta barroca en concierto de Brandeburgo, de poema efímero de Miguel Hernández, de voces de algarabía en una escuela infantil cuando suena la sirena para la sal
ida.
Eres inmensa, mamá, sol, todo sol, toda tú. ¡Tanto te quiero, mi luz, mi guía!
¡Cuánto te quiero! ¡Y cuánto te echo de menos, mamá!
Aquí estoy, aquí he estado en el amanecer del mar, entre las arenas de la melancolía, entre los acordes de La Misión sus voces hermosamente angelicales…
¿Será alguna la tuya? Seguro que sí.
Ya es tarde, mamá, hasta mañana. Dame un beso como sólo tú sabes. Yo te lo devuelvo en la frente, para protegerte… Hasta mañana, mamá, te quiero.

sábado, 12 de julio de 2008

EL CIELO



¿Qué por qué el cielo es azul?
¿Viste el arco iris todo presuntuoso aquella tarde lluviosa cuando cortésmente, el agua cedió su asiento al sol?
¿Lo viste?
¿Observaste alguna vez tanta luz unida, tanto color colmando tus pupilas?
Pues la luz que presume, se jacta de ser tan bella, con frecuencia se nos manifiesta blanca, o amarilla si lo deseas -¡es tan vergonzosa ella!
Y ahora voy a referirte un
secreto:
Si diriges la vista todas las mañanas hacia el cielo, ensayando buscar tu reflejo en él, pocas veces lo hallarás, pero tú persiste, aunque él insista en mostrar su color azul. Es el que prefiere de entre todos los del arco iris.
Que te gustaría que el cielo fuese multicolor como la luz que irradia tu mirada.
A mí también, pero mira, déjalo como está, al fin y al cabo ¿vas a decirme que no es hermoso?

CALETA


Caleta.
Alma de mar.
Mar de mar,
mar femenina.

Caleta.
Mar de sombra.
Inmensa cortina de olas
besa tu roca, escudo épico…
flotando en la luna.

Hoy te he visto más bella que nunca,
engalanada con tus mejores
vestidos salinos.
Ropaje marino,
esplendor de tu juvenil madurez.

Siempre bella,
siempre joven.
Caleta.
Bajo tus aguas, una historia.
Sobre tus aguas, mis ojos,
mis sentidos,
goce, deleite,
placer yódico.

Caleta,
no te soy infiel,
junto a ti siempre vagaré
entre tus charcas y mis locuras.
Entre tus besos
y mis amarguras.
Caleta.

viernes, 11 de julio de 2008

AMOR A ESPALDAS DEL AIRE

Amor que arroja la espalda al aire…

Quizás un espejismo selénico
cubra los párpados de la noche
y la luna tiemble
de atardeceres plácidos.

Quizás no exista
un sol vespertino en nuestras canas
y el viento otoñal
nos cubra sin descanso.

Quizás la luz nos ofusque
en la ceguera cúspide
de los días sin versos celestiales
en sombras chinescas…

Mas el amor asoma
tras los cristales de la fría lluvia
cuando en nuestro invierno
rompe el tic tac
de la voz ronca,
del quejío inmenso,
del lamento trémulo,
del sencillo y plácido
susurro sin fronteras…

Y un beso.