Hoy te he llorado, mamá, como nunca hubiera creído poder hacerlo, como siempre he querido hacerlo en este silencioso mes.
Hoy la tarde ha entristecido conmigo y el vuelo de la gaviota ha sido más pesado, abúlico e indeciso… y las caracolas no han erguido sus conchas, ni las han mimado… y las nubes han ennegrecido el cielo como un manto atónito de melancolía.
Hoy hace un mes, un largo, ingrávido y abrupto mes. Han sido días de miradas enhiestas, firmes, intensas, mamá, procurando no derramar ni una gota de salado rocío, por mor de que papá, ¡ay papá!, no se derrumbara, ni que mi hermana cayera tumbada en el triste devenir del abatimiento.
Mas hoy, mamá, he escuchado un fandango de Huelva que me ha devuelto a ti. Han sido unos minutos de angustia errática, recordando mi última noche contigo, mamá. ¡Y cómo te hablaba! ¡Y cómo te he hablado hoy! ¿Me has escuchado entre las olas? ¿Sobre las olas?...
Y me has brillado, y tu resplandor me ha colmado de lágrimas que se han unido a tu sal cristalina.
Y me he sentido libre mirándote en el horizonte, donde tu fulgor se ha unido al mágico sol vespertino.
Y mis ojos quilla han avanzado hacia el indeleble confín, para verte, hacia el desencuentro… para hallarte.
Y el blanco de mis ojos ha sido espuma de mis pies.
Y he alcanzado el sol, lo he tragado. Ese sol que amamanta mi piel, que ha arrancado una sonrisa a tu brisa, mamá. Porque eres sol con luz… y sin luz.
Mamá, mamá… ¡Cuánto te he llorado! ¡Cuánto he gemido a la luz divina! ¡Cuánto, tan poco, te he llorado!
Y estás ahí mirándome como sólo tú sabes mirarme, como a mí me gusta, como siempre he ansiado. Y he sentido de nuevo tu hermosa cara de primavera acariciar la mía, suave, fresca, límpida, emergente, sensible, sublime, cargada de ilusión.
Te he hablado y me has dado fuerzas de mármol blanco, de trompeta barroca en concierto de Brandeburgo, de poema efímero de Miguel Hernández, de voces de algarabía en una escuela infantil cuando suena la sirena para la salida.
Eres inmensa, mamá, sol, todo sol, toda tú. ¡Tanto te quiero, mi luz, mi guía!
¡Cuánto te quiero! ¡Y cuánto te echo de menos, mamá!
Aquí estoy, aquí he estado en el amanecer del mar, entre las arenas de la melancolía, entre los acordes de La Misión sus voces hermosamente angelicales…
¿Será alguna la tuya? Seguro que sí.
Ya es tarde, mamá, hasta mañana. Dame un beso como sólo tú sabes. Yo te lo devuelvo en la frente, para protegerte… Hasta mañana, mamá, te quiero.
Hoy la tarde ha entristecido conmigo y el vuelo de la gaviota ha sido más pesado, abúlico e indeciso… y las caracolas no han erguido sus conchas, ni las han mimado… y las nubes han ennegrecido el cielo como un manto atónito de melancolía.
Hoy hace un mes, un largo, ingrávido y abrupto mes. Han sido días de miradas enhiestas, firmes, intensas, mamá, procurando no derramar ni una gota de salado rocío, por mor de que papá, ¡ay papá!, no se derrumbara, ni que mi hermana cayera tumbada en el triste devenir del abatimiento.
Mas hoy, mamá, he escuchado un fandango de Huelva que me ha devuelto a ti. Han sido unos minutos de angustia errática, recordando mi última noche contigo, mamá. ¡Y cómo te hablaba! ¡Y cómo te he hablado hoy! ¿Me has escuchado entre las olas? ¿Sobre las olas?...
Y me has brillado, y tu resplandor me ha colmado de lágrimas que se han unido a tu sal cristalina.
Y me he sentido libre mirándote en el horizonte, donde tu fulgor se ha unido al mágico sol vespertino.
Y mis ojos quilla han avanzado hacia el indeleble confín, para verte, hacia el desencuentro… para hallarte.
Y el blanco de mis ojos ha sido espuma de mis pies.
Y he alcanzado el sol, lo he tragado. Ese sol que amamanta mi piel, que ha arrancado una sonrisa a tu brisa, mamá. Porque eres sol con luz… y sin luz.
Mamá, mamá… ¡Cuánto te he llorado! ¡Cuánto he gemido a la luz divina! ¡Cuánto, tan poco, te he llorado!
Y estás ahí mirándome como sólo tú sabes mirarme, como a mí me gusta, como siempre he ansiado. Y he sentido de nuevo tu hermosa cara de primavera acariciar la mía, suave, fresca, límpida, emergente, sensible, sublime, cargada de ilusión.
Te he hablado y me has dado fuerzas de mármol blanco, de trompeta barroca en concierto de Brandeburgo, de poema efímero de Miguel Hernández, de voces de algarabía en una escuela infantil cuando suena la sirena para la salida.
Eres inmensa, mamá, sol, todo sol, toda tú. ¡Tanto te quiero, mi luz, mi guía!
¡Cuánto te quiero! ¡Y cuánto te echo de menos, mamá!
Aquí estoy, aquí he estado en el amanecer del mar, entre las arenas de la melancolía, entre los acordes de La Misión sus voces hermosamente angelicales…
¿Será alguna la tuya? Seguro que sí.
Ya es tarde, mamá, hasta mañana. Dame un beso como sólo tú sabes. Yo te lo devuelvo en la frente, para protegerte… Hasta mañana, mamá, te quiero.