Me siento trovador
de tus sueños humildes…
a guardar…
En un cálido surtidor
dorado beso el aire,
tu aire sereno y fiel,
el aire que respiras…
¡oh, libertad!
Que el incansable viento
acaricia tus cabellos rubios
de la armonía, luna a luna,
en clave de sol,
tecleando tu nombre
de ser libre…
de ser humano…
en el renacimiento
de mi vida.
¡Oh, sol!
¡Oh, libertad de ser libre!
Me haces ser yo,
oh, saxofón
en un sentir,
en un ser yo,
contigo…
la luz se hizo dios.
La vaca Paca tiene un torillo
de largo flequillo.
¡Adónde vas chiquillo!
En invierno
tiene frío en los cuernos.
Su madre le manda
una linda bufanda. ¡Adónde vas chiquillo!
con tu negro traje
por único ropaje.
¡Corre, que te pillo!
¡Adónde vas chiquillo!
Una despedida
es la muerte
sin equilibrio,
un fulgor sin sol,
un impermeable fragor,
un sinsabor
amargo y rancio,
un acto de fe,
un salto al vacío huraño,
un vaso de cristal
roto, en el estrépito del suelo,
abatido contra la insensatez de la certeza.
Un jardín en la quietud,
deshojado,
cubierto de pétalos
secos,
incoloros.
Una fina lluvia,
fría,
un anillo perdido
en alguna alcantarilla
olvidada.
Un silencio de ruptura,
un corazón
baldío,
un somnoliento poema,
una carta
sin destinatario,
un piano solitario
en melancolía.
Un llanto de ausencia,
un cielo infiel,
nostálgico,
y una mirada
deshecha
en el horizonte.
Una voz,
un grito atroz
en el silencio de la oscuridad
de la ceguera.
Un examen
en blanco,
la soledad muerta
de una mano tendida
sin amistad.
Una fuente
sin transparencia,
una playa en invierno,
un camino perdido
y pedregoso,
un islote rocoso
de océano,
una llanura marrón,
desértica,
un campo recién arado,
un gorrión solitario y
sediento.
Un estercolero,
un pozo seco
como el lacrimal
de unos ojos de dolor.
Un poema de amor
dormido plácidamente
en un cajón
olvidado
entre el polvo de la herrumbre
y las náuseas de la desidia.
Una maleta de cartón,
taciturna,
recostada en el limbo
de la agonía de las luz trémula,
agotada,
del silencio
frío y largo
del olvido.
Un libro de páginas amarillentas,
macerado
sin lectura,
sin abrir,
sin mesura
en un dormir,
eludiendo la presencia
de la compasión…
En un grito oscuro
y prohibido,
tartamudeando el tiempo ignorado…
en un gesto
insoportable.
Y te aprieta
con dos puños
la garganta
grieta.
Y derrama
impasible
el último sopor
del llanto,
el último llanto…
el último.
Ése que tanto estudiamos en nuestros libros de literatura… sí, sí, el Lazarillo de Tormes… ése que cuando nos preguntaban en los exámenes… “Autor del Lazarillo de Tormes”… nosotros respondíamos raudos… “Anónimo”… Y nos quedábamos tan panchos… ¡Qué bien me lo sabía!
Pues sí, la famosa novela precursora de la picaresca, con una primera edición conocida de 1554, fue escrita por el granadino Diego Hurtado de Mendoza. Ea, ya tenemos autor. El ideal de hombre renacentista, que aunaba a la perfección las armas y las letras. Nieto del Marqués de Santillana, fue mecenas de pintores y escritores, autor de un sinfín de textos y coleccionista de obras de Aristóteles. Embajador en Roma, Venecia e Inglaterra, también sabía idiomas, escribía poesía, estuvo en la guerra... Es decir, un digno autor del Lazarillo.
La paleógrafa Mercedes Agulló nos ha abofeteado de buenas a primeras las entrañas juveniles… ¡Ay, ay! ¡Cuántas veces me preguntaba quién sería el tal Anónimo!
Este descubrimiento obligará a cambiar los libros de literatura y habrá que reeditar el libro… con la portada rectificada… Y, además, en el prólogo hablar del autor, incluir su biografía…
Me costará una eternidad cambiar el chip. No, no me acostumbro a decirlo. Creo que continuaré manteniendo en el anonimato su autoría… ¿Acaso hay algo más mágico que mantener esa incertidumbre?