CRÓNICA DE JOSÉ AURELIO MARTÍN RODRÍGUEZ
El “Castillo de Luna” es en sí una metáfora, muy romántica, de trovadores y caballeros del medioevo, siempre espero que me reciba una dama y estoy siempre dispuesto a celebrar un torneo. Mañana clara de azules, la luz baila en los vasos y en los ojos de los poetas, nuevamente los indocentes, siempre entregados, decentísimos. Charo Troncoso, Manuel Bernal, Montse, José Aurelio, Juan Delgado Lepe, Paco Velázquez. Charo, la anfitriona, tiende el puente y da paso a los poetas, que entran en corceles y palafrenes, vestidos de gala, henchidos de versos. Nos presenta, delante alumnos de bachillerato, empezamos con poemas de los 27, un raro aire conmueve la sala, silencio, respeto, se empieza con el NOCTURNO de Alberti, José Aurelio lo enfatiza, solemne, Montse lee una cosa delicada de Salinas, de un libro interesante sobre una amante del poeta, Charo sigue con las chicas del 27, Juan continúa con Altolaguirre, Paco lorquísimo y Manuel remata con Hernández, poeta tan hondo y sonoro como epílogo del 27. Empezamos con las cosas nuestras, con las creaciones indocentes, nunca unos ojos de unos alumnos han dicho más con el silencio, nunca he visto que el entusiasmo sea tan sencillo como contar poemas y cantar cosas delante de unos alumnos respetuosísimos, José Aurelio lee un poema después de una larga glosa, cuenta una cosa que es más literaria que el propio poema, alienta el misterio, suspende el ánimo. Montse lee un poema de amor, escrito a mano, letra redonda que respira muy bien en el folio, la letra ocupa el espacio perfecto, se acomoda al blanco, es bella, equilibrada, como su verso, como su recitado, pausado, galaico, tanto más dulce cuanto más desarrollado, apoyado en bimembraciones, clarísimo, como la letra, elegante en el blanco de fondo del folio. Charo nos invita a Huir de los domingos, libro primero y sólido de la autora, metáfora que deja un vuelo de melancolías veladas y sin embargo, título urbano, lírico, conseguido. Charo viste de colores fuertes y primitivos y repentinamente ingenuos, los colores suenan a Miró, a sus estrellas y pájaros y lunas violentamente infantiles. Juan Delgado Lepe es un poeta con voz, matizado, un juanramón joven de Huelva que trabaja en Almería y se levanta con el alba para llegar a tiempo a leer poesía, le conocemos, más que por eso, por su abnegado entusiasmo, por su poesía de voz, su poesía trabajada de ritmo, de concepto, de imágenes, poesía corta y de extrañas profundidades, de amor o de lo que sea, poesía que lo es todo sin ser social o amorosa o cívica. Poeta. Paco Velázquez, amigo, profesor de energía, admirable y admirado, lee sus cosas dedicadas a su hija, poesía conmovedora y conmovida, lee a su Caleta y en sus ojos vemos la playa matinal con sus gaviotas y sus barcos mecidos por las olas, es amigo, se le quiere, se aprende de él, es necesario, de entusiasmos como el suyo funciona el mundo. Manuel es un poeta de risa seria, con una voz que le nace muy de adentro, muy limpia de profundidad y verso, lee poemas que escribió de adolescente, creyó y cree en la poesía a pesar de los estruendos de la vida, bello contraste el de su voz profunda y su poesía adolescente de ritmo y de propósito. Poeta resonante. De pronto, los propios alumnos, se levantan, nos sorprenden y uno de ellos dice que la POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO, todos, a modo de orquesta, nos leen un poema en conjunto, coordinados, muy trabajado, se les ve radiantes, útiles, la educación así tiene sentido, el trabajo sordo y sucio de los profesores a veces relumbra en estos momentos, que son los únicos que quedarán tras pasar por el cedazo del recuerdo. Detrás está la mano y el corazón de Charo. Son profesores así los que necesitamos para retomar el sentido perdido. Después vino y rosas en el bar de enfrente, conversaciones veloces, risas y recuerdos que serán perdurables. No convendría que la indocencia recayera, estos eventos son necesarios, son gritos en el cielo, en la tierra son actos.
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