Quisiera encontrar
una mano agrietada,
sedienta de vejez,
que me salve
del viento,
y me alivie…
y despeine
mi ralo pensamiento.
Quisiera hallarme en paz…
en otro paraje,
lejos,
de lejana locura,
en la sicigia
de lejanía atemporal
e imperecedera.
Quisiera recurrir
a esas voces trémulas
de mi inocencia febril
de la mágica paraselene
diurna.
Quisiera sentirme
hallado, descubierto
y perdido en el hartazgo
sin el sempiterno timón
del sinfín.
Quisiera ser escombro
de los ojos de la vigilia
y acariciar de soslayo
un enjambre de ríspidas abejas.
Quisiera sudar y sentir,
amar y decidir
y expulsar hoscas voces
en el desierto rincón de un
día festivo…
irreal.
Quisiera sentirme sereno
y hablar de la aciaga naturaleza
en un río de vértigo,
en el pozo sin fondo de la infinitud.
Quisiera admirar
una noche pérfida y certera,
temiendo ser desgranado
en la esencia del amor.
Quisiera alumbrar
los ojos del mediodía
sin aspavientos,
en el pálido novilunio
terso y quejumbroso
del mirar amargo y sin sentido…
impávido…
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