a la noche queda,
sin luna,
el sueño respira sentido,
alumbrando espejos turgentes,
abre los ojos apagados,
tristes, tristes.
Y lleva en el amargor,
y llora y se lamenta
de la esperanza perdida.
Y agrega valor al día,
reduce la naturaleza a las caricias
que tienen sed,
haz de tormenta,
lluvia espesa en mis cejas…
Remo, remo en tus ojos de la noche sin luna
y comienzo el letargo
de tu boca.
Las puertas cerradas
conmueven el tímido viento otoñal
que penetra por la rendija de mis labios,
acallando mi mirada
en un filtro lamento
entre las grietas de la fina lluvia,
lacerante,
perpleja e inhumana.
La realidad se atrinchera
a la luz de las estrellas
y aparece por sorpresa…
¿Por sorpresa?
Sin sorpresas
hasta el canto del gallo
de vida,
del ensueño lívido
al calor de su voz
y la sonrisa.
Y en el hogar se calienta
sola,
la sopa sin hierbabuena,
sopa de pan duro
y algo de carne rala.
Porque añoro la verde hierbabuena,
su olor,
su aroma de amor,
su perfume de mujer.
Y mi olfato se pierde
entre las rejas de otros olores
en un solo de guitarra…
lamentándose…
Porque ya no tiene
corazón
de poeta
la vida sin su verdor
y todo permanece a oscuras
abrazado a la almohada,
asomado a las rendijas
de sus ojos,
atilados, sosegados y secos
de llanto,
al falso calor de
sus ojos trémulos,
pausados.
Y la hierbabuena
ya no calma mi sed,
desaparece entre las nubes,
su esperanza
y su lamento,
alameda de colores,
trizas,
angustia
a pies desnudos,
a margaritas…
Porque ya no poseo tus nimias riquezas
sino el espanto de la nada…
ermitaño.
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