Llegó como
un gélido viento,
arañando las
estrías de mi vida,
palpando mis
grietas enmohecidas
de
lacerantes lamentos.
Llegó, y no
pude hacer nada,
porque eras
tú mi ensoñación,
mi desvarío
de pérfida erupción,
y mi voz
desangelada.
Llegó y con
un manto me cubrió
de espinas
firmes y oleaginosas,
entre mil
palabras rabiosas
y no pude
desprenderme del honor.
Llegó y de
un terco manotazo
asió mi
triste corazón,
que
torpemente se derrumbó,
se hizo
añicos, en pedazos.
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