Hoy, sí hoy, hoy más que nunca,
las voces de tu Cádiz
para recordarte,
porque prenden cruces
mirando al cielo,
cuando aparece la nada
y desaparece el todo.
Y tus ojos yertos embelesan
la brisa de La Caleta,
rebobinan tu juventud,
imágenes de sal y esencia,
que emergen sin prisa
de sus sensuales labios
cuando alcanzan a besar tus pies.
Que tu Soledad te acompañe
en la candidez de las cálidas nubes,
que sostienen triunfante
entre las pérgolas del día
y la ensoñación de la noche.
Porque tu noche huele a ángeles,
a límpidos dominios del tiempo,
todo paz, todo silencio de paz,
sencillo y quieto, dulce
arrullo de las voces del día,
duermen y descansan sin prisas,
sin dolores, sin pensamientos,
que ya no necesitas más sustento…
Ya solo dejarte llevar,
regresar a la tierra que surgiste,
en tus verdes prados de hierbabuena…
Déjate llevar, sonríe,
sonríe con tu risa victoriosa,
entre los cándidos sones
del amor y la generosidad,
insúflate de los aromas salinos,
regenérate entre las olas
del mar que te dio vida.
Del mar, del mar, de tu mar
dadivoso y errante
que trasciende caminante,
campos y ruinas,
caracolas y pecios…
Porque percibo tu sonrisa
vislumbrar mi futuro
en un remanso de la inmediatez
para resurgir entre fuegos fatuos,
mientras las golondrinas emergen
de sus cenizas primaverales.
Y ahora das voz a los mares,
entre las burbujas de la alameda,
entre las albas espumas
y duras rocas sin sosiego,
para que los fondos marinos
beban de los restos de tu ser
y gozosos armonicen la esperanza.
Tú, la esperanza pertinaz
y la quietud de la soledad…
Campo, mar, Soledad
errante de vírgenes islas
que hechizan mi corazón.
Soledad alegre y bíblica,
pertinaz y seductora.
¡Ay la voz del ermitaño
que decide en mí!
Sugiéreme gritar la vida
rumores de voces inquietas.
Ay, le metiste prisa al tiempo,
y de esta suerte,
te metió prisa la muerte.
Porque, padre, mis lágrimas
languidecen
en el tormento abierto de mi herida,
en la pena lívidamente triste.
Porque duele saber que no eres,
y se me agujerea el corazón
con las palabras inhibidas
ante tu ausencia de voz.
Ya no estás, ya no eres,
parece que todo perece.
Porque odio la muerte en ti,
odio los trozos de vida
que fueron restados a tu vejez.
Porque no tengo, padre,
no tengo tus manos de paz,
tus ojos de claridad,
tu voz de cercanía,
tu corazón de buena gente…
Ya todo se ennegrece
en las pisadas sin camino,
en los caminos sin historia,
en la historia sin vida,
en la vida sin ti, padre, mi padre.
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