La leyenda EL BESO de G.A.Bécquer
Esta trágica leyenda está relacionada con la rima LXXVI del mismo autor. En ella hablan de la llegada de un grupo de soldados
franceses a la conquistada Toledo, y que no habían podido encontrar un
alojamiento, y fueron a dormir a una vieja y abandonada iglesia.
Al día siguiente, el capitán del grupo, estuvo
hablando con otros colegas que se encontraban en Toledo y les comentó que esa
noche había estado con una mujer bellísima, y que esa mujer era una estatua de
mármol de una tumba. Entonces sus amigos se rieron de él, por lo que él les
invitó esa noche a tomar unas botellas de champán y a que vieran la estatua.
Cuando por la noche llegaron a la vieja iglesia,
estuvieron bebiendo y emborrachándose, y el capitán comentó que habían
descifrado un poco de las escrituras de la lápida, que esa estatua era la de
Doña Elvira, y que la estatua de hombre que había al lado era la de su marido.
El se acercó a la estatua del hombre y le escupió la bebida en la cara,
diciéndole que era para que bebiese, y dijo estar enamorado de la mujer, y se
quiso acercar para besarla. Cuando ya lo iba a hacer, cayó al suelo, sangrando
por los ojos, la boca, la nariz, y la cara completamente destrozada. Algunos de
los que había allí dicen que vieron a la estatua del hombre dándole un manotazo
con su guante de mármol para que no besase los labios de Doña Elvira.
TRAS EL BESO
Rima XXVI
En la imponente nave
del templo bizantino,
vi la gótica tumba a la indecisa
luz que temblaba en los pintados
vidrios.
…
Las manos sobre el pecho,
y en las manos un libro,
una mujer hermosa reposaba
sobre la urna, del cincel prodigio.
…
No parecía muerta;
de los arcos macizos
parecía dormir en la penumbra,
y que en sueños veía el paraíso.
G. A. Bécquer
Tras el beso
tiento las ánimas del aire
apaisado en los dobleces
del lóbrego tiempo…
Deshojado en primavera,
ahojado en otoño,
entre la mano diestra
que a siniestra cubre tu boca
de índice arbolado
enraizado en tu tez yacente.
Tras el beso
puedo escribirte
en el blanco lienzo de la luna
níveas palabras de amor.
Y reclamar la noche en diurno
para oscurecer el temor,
ahumar con tus palabras álbicas
la dulce claridad de la noche
que junto a ti silente abrazo.
Tras el beso
un desatarme a la vida…
desde la muerte.
¡Oh, dulce desvarío en la penumbra!
Fosca arboleda hallada
de páginas imborrables,
calma, voz calmada;
paz, voz apaciguada;
tú, yo, nosotros… en esencia pétrea.
y amar por amar sin escrituras
bíblicas.
Tras tu pétreo beso
un rojizo susurro en mi boca
un murmullo imperceptible,
miradas de piedra viva
en la sensibilidad recostada,
tumultuosamente tórrida.
...
De aquella muda y pálida
mujer me acuerdo y digo:
¡Oh, qué amor tan callado, el de la
muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro, tan
tranquilo!
G. A. Bécquer
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