La jornada 99 de nuestra Tertulia Puerta Abierta a la Imaginación, versó sobre la ventana indiscreta, y en el transcurso de ella leí el siguiente relato que había escrito, titulado "Desde la ventana del cielo":
Ayer
vino a comprarme, sí, era ese gran viernes negro tan acaparador, tan
esclavizante de noviembre de 2084. Ella sí, conoce mis gustos, mis deseos, mis
aficiones, mis pensamientos...
En
la tienda sonaba, como día tras día, el tema Eye in the sky de Alan Parsons.
Soy el ojo en el cielo mirándote y puedo leer tu mente… Soy el creador de las
reglas… Puedo engañarte a ciegas…
Y
recordé aquello de esclavitud es libertad de 1984… Mientras la miraba a ella,
tan sutil, tan amante… La ignorancia es fuerza… Y yo me sentía aquel día más
fuerte que nunca… Viéndola, admirándola… ¡Era mi mundo feliz!
Una
tableta con su emergente ventana ansiaba con tenerme, al fin, decía ella,
mientras suspiraba de emoción, como cuando, de pequeña, anhelaba un juguete los
días previos a Reyes, y lo reflejaba en su carta.
Pero el precio con el que se topó era muy alto.
Bajó
las manos de impotencia y se dispuso a tocarme, a mostrarme a propios y
extraños.
Yo, en aquel escaparate, sufría porque
quería irme con ella, estaba ya cansado de no tener un hogar estable, podría
ser, al fin, mi gran hermana. Ya va siendo hora, pensaba. Me encendían por la
mañana, me manoseaban durante todo el día y, al oscurecer, me apagaban, sumergiéndome
en una profunda oscuridad.
Los minutos pasaban y ella se encogía de
hombros sin decisión, hasta que tomé una resolución… Le guiñé un ojo, para que
viera que estaba conforme en irme con ella.
Al principio, no parecía creer lo que estaba
viendo, pero, poco a poco, fue aceptando que yo, un simple humano, pretendiera
que me entendiese y se decidiera a comprarme. Tanto es así, que forcé una
sonrisa suya.
Merodeó unos minutos más por aquella tienda
del centro comercial y cuando ya parecía decidida a adquirirme…, el dueño de la
tienda Truman me vio coqueteando con ella.
Raudo, se dirigió él hacia mí con no muy
buenas intenciones. Habrase visto, una simple persona coqueteando con una
tableta, ¿dónde se ha visto algo así?
Me cogió del brazo y me llevó dentro del
almacén, donde me apabulló a voces. De un griterío casi humano, me arrinconó
contra la pared con su gran pantalla de última generación, de gran resolución,
cuya imagen pareciera real, que saliera del cristal.
Finalmente, se marchó, dejándome allí a
oscuras.
En la tienda, oí a la tableta solicitar mi
presencia, a lo que él se negó, argumentando que yo estaba defectuoso. Ella,
contrariada, se fue sin atender las sugerencias del dueño de la tienda para
adquirir a otra persona más adecuada, o quizás dijo educada, no lo sé.
Sólo sé que llevo aquí veinte años,
encerrado en una caja de cartón, sobre un estante metálico.
Ignoro si volveré algún día a ocupar algún
lugar en el escaparate de Truman.
Y por si no nos vemos, ¡buenos días, buenas tardes y buenas noches! Se escuchaba al otro lado.
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