Volvía de regreso a casa, y, al rehacer mis pasos debilitados, en una gaditana calle, me encontré de repente con ella, liviana, recostada en una esquina, al infinito, allá lejos.
Yo que la observo asiduamente, la he visto más bella que nunca, femenina… Seductora, lucía sus mejores trajes, muy elegante, toda de blanco... con albos tacones altos y un foulard que le cubría todo el cuerpo hasta la sonrisa… y no pude por más que soltar ¡uy, qué bella!
Ella, amante de la noche, me sonrió al instante y, por momentos, se ruborizó, bueno, le saqué un poco los colores pues sus mejillas me devolvieron un vergonzoso ¡ay! muy sorprendida, más que yo, si cabe. Le dije que resplandecía más bella que nunca y que me acompañara a mi hogar.
Ella, confusa, pero decidida al fin, aceptó mi entusiasmada invitación, sonrió y, pausadamente, me devolvió de un guiño mis piropos. Me tomó de la mano, tembloroso yo y casi arrepentido, acariciándome el corazón y se dispuso a caminar junto a mí.
Ya buscando su mirada, soñando su boca, de una mirada furtiva, me abrió el cielo en un claro. Fue todo locura de amor. Ella no dejaba un instante de mirarme, sentía el hervir de sus ojos, titilante. Yo le devolvía la mirada enamorada... volamos, sentimos... vivimos... mas cuando al fin retorné a mi hogar, ella, entristecida, me dedicó un sentido beso que se estampó en mi abrumada mejilla.
Me despedí de ella, Selena, hasta mañana, despliega tus alas blancas y cubre el cielo de azul y el amanecer de luz, descansa en algún recodo de mi vida, que siempre te he de encontrar.