Como un escalofrío
interminable,
temprano, sentí un
susurro roto
tras las cortinas de
la esperanza,
un llanto dolido
vació las cuencas de
sus ojos,
para morir en sus
brazos,
un viernes roto,
como cualquier otro,
un hachazo cíclico
la acercó a ese
anochecer ignoto.
Entre parpadeos
volatilizados
y caricias angostas y
fatuas,
lívido y minúsculo puso
coto,
infructuosamente,
a alcanzar cualquier
lugar remoto.
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