A Fermín Aparicio,
que sabe vivir el día y la noche
y a quien le debo los dos primeros versos,
que me inspiraron este poema.
Empieza
la noche,
sigue
la vida,
desanda
las montañas,
descubre
las nubes
en
la ceguera de tu alma.
Trasciende
los sentidos,
requiebra
los ojos
que
enamoran
en
el conticinio sombrío.
Empieza
la noche
y
las estrellas
se
estrechan en torno
a
tus hombros de plata,
se
deshacen en tus manos
de
Vulcano,
como
el hielo se derrite
en
las ansias del sol,
y
todo está lleno de amor.
Empieza
la noche
y
la vida ama,
perdona
los desatinos
en
gritos nocturnos,
paraliza
el viento
y
ensimisma tus recuerdos
agrios
y sin sentido.
Empieza
la noche
deshecha
y por andar,
recreada
en la vereda de dos ojos,
en
tus ojos de amor cíclico,
que
se descubren entre el humor ciego
que
cubre las cortinas de tu atisbo.
Empieza
la noche
y
como una pesadilla,
presientes
la oscuridad
de
la mirada esquiva,
del
futuro imposible,
y
bebes del agua cristalina
que
crece tras tus ojos sin luz
tras
tu ceguera henchida.
Empieza
la noche
y
te quiero entre la penumbra
de
los dioses impíos,
de
los días inquietos
y
las noches arduas sin lumbre,
por
llamar a tus espalda
con
las manos vacías
tu
vida encumbre.
Y
sigue la vida
de
los momentos perdidos,
de
los instantes vividos,
por
no hacer lo que no quiero,
por
cantar un sinsentido
y
sentir mi canto errado…
¡Tanta
paz ha muerto!
¡Mundo!
Y
grito hasta clavarme las uñas
en
piel sin sombra,
llorando
por la piel ensombrecida
y
las almas empobrecidas…
mas
hay amor, aún perdona
el
carbón en las grietas de mi edad.
Empieza
la noche,
sigue
la vida,
me
la echo al hombro,
limpio
sus ojos de llantos inútiles
y
la paseo por el parque,
entre
los jardines aún irisados
que
acostumbro a encontrar
en
el día y la noche
infinita.
fotos Fermín Aparicio