El otoño se revolcó en ti
cuando la mirada atenta
resolvió hallar el espejo a su paso.
El encuentro con él no puso fin
a sus manos grietas,
desgastadas y quietas.
Ya no luces tus años
ante sonrisas efebas.
Ya no turba tus sueños
la desesperanza de un despertador.
Ya no bebes de su juventud
a manos llenas de operaciones,
ortografía e ilusiones.
Grito de mujer y admiración,
requieres el amanecer templado,
abrazar las horas moribundas
con la ilusión infantil
de un día de Reyes.
Ya abandonas el polvo blanco
de tus manos ásperas,
que te sigue esperando
el espejo de las almas senectas,
entre los olvidos acallados
y la risa en la bruma.
Inacabado mundo
persigues trémula la tarde,
que la noche te requiere
almacenando canas,
apaciguando lamentos,
para hallar la orilla oscura
de la voz perdida,
inanimada en el tiempo.
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