No tenía escapatoria. La barba me cubría el rostro desde
hacía tres días y la cerveza, caliente, restregaba mi garganta mientras
suspiraba de temor… A centímetro por hora, me hundía entre los cojines y el
sudor…
Las rodillas casi me llegaban al suelo, la espalda poco a
poco iba desapareciendo, engullida por la mesa, mi mesa, aquella mesa, mi mesa
camilla…
La espalda se retorcía en el borde del sofá, mientras mis
extremidades inferiores se perdían ya en la oscuridad de sus faldas… En una
nocturnidad creciente, no me sentía ya las piernas, desaparecidas en el abismo cenagoso
que me sorprendía lentamente…
Cuando llegué al cuello, la cabeza se aprestaba a
volatilizarse y mi cerebro luchaba por comprender lo que me estaba pasando…
Todos mis miembros se habían esfumado. Era una simple cabeza.
La mesa, mi mesa, aquella mesa, mi
mesa camilla había tomado vida, mi vida, aquella vida, mi vida… creada, criada
por mí, que ahora se me rebelaba, asumía mi negro futuro incierto.
Paralizado de pies a cuello, solo tenía una certeza, la
certeza de mi cabeza. La pude mover un poco, miré hacia un lado y hacia otro.
La mesa había engullido mi cuerpo con todas mis extremidades.
Han pasado diez años. Sigo atrapado, siento frío en mi no
cuerpo, la luna se refleja esta noche en el cristal de mi balcón, está oscuro,
nadie aparece, nadie me echa de menos, nadie encuentra cobijo en mí. Mientras,
en el salón se cierne la oscuridad una noche más.
El tiempo pasa rápido.
Envejezco sin cuerpo, ¿adónde te habrás ido?
Leído hoy en Onda Cádiz por la amiga Mercedes Huerta,
de la Tertulia Puerta Abierta a la Imaginación.
Participaron, además, Larisa (gracias por el vídeo), Juan Delgado y Ricardo Carpintero. Gracias a tod@s.
No hay comentarios:
Publicar un comentario