domingo, 19 de abril de 2020

MANOS SECAS

No puedo, su ruido ensordecedor me atenaza, me domina, me hace parecer un ser ínfimo.
Cada vez que me acerco a él mis fuerzas flaquean, entristezco y sucumbo al desánimo.

Ayer, sin ir más lejos, una vez más pudo conmigo todo su ser, me dejó de piedra, exánime, cuando, apresurado, me acerqué a él…
Él me domina, creo que puede conmigo, todo de blanco impoluto, ¡ni que fuera dentista! Y creo que mi temor a él es superior al odontólogo, lo confieso, ahora me percato de ello. Y él se da cuenta, sí. Pienso que sí, y eso le hace más fuerte, me hace doblegar, me somete a sus gruñidos de poder. Y yo, cuanto lo escucho, en cuanto oigo esos bufidos atroces tiemblo. Mis piernas me hacen parecer una marioneta… ¡Y me entran ganas de orinar!
………..

Ayer, sí, sin ir más lejos, me volvió a ocurrir. Ayer me encontraba en aquella sala, tan inmensa, llena de lavabos y urinarios. Al entrar en aquel salón, lo miré de reojo, alejándome de él. No podía soportar su presencia. Su dominio sobre mí.
Cuando entré por la puerta, tras un breve paseo por El Corte Inglés, lo busqué curioso y, a la vez, temeroso. Miré hacia la izquierda y no estaba. Entonces, hice mi entrada triunfal, mas… ¡ay de mí cuando dirigí mis ojos hacia la derecha! Me miró desafiante, gruñendo, gruñéndole, llamándole la atención a otra persona que se le acercó.
Allí estaba él, orgulloso de sí, junto a la pared. Parecía más blanco que nunca, más presuntuoso que nunca, arrogante. Hasta lo vi más elegante en esta ocasión. No sé, quizás sea mi impresión, quizás yo lo idealice, pero no puedo, no puedo soportar la ansiedad que me produce al verlo.
Yo, receloso, aunque con rapidez desmesurada, al ver la cara con la que me miró aquella otra persona de avanzada edad, me dirigí al urinario. No podía contener durante más tiempo la orina. Mi vejiga se hacía ya dueña de mí y casi mancho los pantalones.
Oriné desconfiado, intranquilo, temblando. ¿Estaría allí al salir? ¿Por qué debía pasar junto a él? ¿Por qué me acosaba así? ¿Qué tenía contra mí?
Y al ir a volverme, se me atenazaron las piernas, no podía girarme… ¡Noooooooo! Allí me quedé inmóvil no sé cuánto tiempo. De vez en cuando alguien aparecía, orinaba junto a mí y en cuanto salía de aquel blanco salón lo oía gruñir y rápidamente se marchaba. Sí, le gruñía también a las demás personas que iban entrando. Excepto a un niño que se acercó con rapidez y con la misma rapidez se marchó.
No, a él no lo acosó. Quizás solo sea a los adultos. Adultos hombres. Sí, solo a hombres. ¿Por qué debe aparecer siempre ahí? ¿Por qué me ataca? ¿Qué tiene contra mí?
Yo seguí paralizado ante tantas conjeturas. Lastimosamente paralizado. Mis piernas entumecidas, rígidas, me dolían. Seguía sin girarme. ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer? Por momentos parecía que ya no iba a estar allí cuando me decidiera a salir de aquella lúgubre estancia hospitalaria.
No puedo más, no sé cuántas vueltas había dado la manecilla pequeña de mi reloj… Uf, no aguanto más. No puedo, no puedo…
De golpe, la luz pareció también temblar, se oyeron unas voces por la megafonía. Había que desalojar el edificio, llegó la hora del cierre.
Uf. ¿Qué hago? ¿Me enfrento a él? ¿Tendré fuerzas para hacerlo? Recuerdo que de pequeño me ocurría, siempre había a la salida al patio uno que me acosaba, y yo me orinaba encima. Hasta que una vez le hice frente, lo cogí por la solapa de la camisa y le propiné un puñetazo.
Así se acabó todo. A partir de entonces ya me dejó tranquilo.
¿Podría sacar nuevamente esas fuerzas? ¿Podría enfrentarme a él?
Volvió a aseverar por megafonía o altoparlantes que dirían por otros lares, que iban a cerrar.
Ya no se escuchaba sus gruñidos desde hacía un buen rato. No, no los escuchaba. No me había apercibido de ello, gracias a mis cavilaciones. Voy a salir. Debo salir. Tengo que girarme.
Tomé aire, conté hasta tres… Pero el primer intento fue fallido. Tengo que hacerlo con más energía. Venga, vamos.
Tomé un nuevo impulso y…, zas, me liberé de mis piernas atenazadas. Y en el mismo instante de mi giro se apagaron las luces. No sé lo que sentí. Miedo, escalofríos, angustia, deseos de salir corriendo… Su imagen permanecía grabada en mi memoria desde que lo vi allí, junto a la pared. Al fondo, solo una pequeña luz me llenaba de esperanza.
¿Qué hago?
Escuché una voz bastante lejos, parecía ser la de un vigilante. ¿Le grito implorando ayuda? ¿Me enfrento a él? ¿Huyo a toda velocidad sin mirar atrás? ¿Me dará tiempo?
No sé. No sé cómo hice. No me acuerdo bien. Quizás fue el recuerdo de aquella vez en el patio cuando… No lo sé. No sé cómo me armé de valor para enfrentarme a él… No recuerdo bien.
Solo tengo impregnado en mi memoria que, de repente, me encontré al vigilante junto a mí gritándome, reprochándome lo que al fin había hecho.
Sí, sí, lo había conseguido. Logré liberarme de él. Me había enfrentado a su altanería, a ese ser avasallador…

Una vez que arranqué el pequeño urinario que se alojaba junto al mío, no tuve más que estampárselo de un golpe seco, certero, que lo derrumbó finalmente y yacía en el suelo.
Al fin me había liberado de él. Lo conseguí. Ya no se iba a atrever a atemorizarme más. No, nunca más.
    Allí estaba destrozado, hecho añicos, el secador de manos. Mientras yo sostenía una sonrisa de victoria, el vigilante, con los brazos en alto no hacía más que recriminar mi acto delictivo. Aunque yo, me encontraba satisfecho, saboreando la victoria…

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