Las almas fluyen entre
el
arpa y el violonchelo,
y yo me tumbo a la brisa
del
canto y sus efluvios,
resistiendo en mi rostro
el
sol quejumbroso
y mis manos se me arrugan
atemporales,
en una seductora Ishtar
que
me endiosa,
entre las voces del coro
y
su aleluya.
Y me elevo creyente
aun
engendrando agnostía,
y amo, amo la divinidad
de este atardecer
sibilino
en el que por errar vivo,
por
sentir creo,
por
llorar, nostalgia.
Esta luz invernal
se filtra en mi garganta
y no me resisto a sentir,
en el llanto del día,
que
fenece triste,
que no se resiste
en el azul brumoso,
justo en la orilla nocturna
creo
con mi dolor,
con el suyo relampagueado
al
vibrar sus cuerdas
de romanticismo fiel,
en las sombras frágiles
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