Cuan rompedor y trágico es el olvido…
No me llames, aun en mi errar,
pues errante quedo entre luces
festivas
por los inhóspitos parajes sin
destino.
Callejuelas cerradas y ásperas,
de duro adoquinado,
en simples zapatillas,
que me hallan desnudo,
pasos de pústulo rumbo
que me golpean de monotonía,
tan solo adulterada por músicas
festivas.
Y tú, me encuentras cerrado,
compungido y pobre,
y yo, te tropiezo sin abertura,
sin una mísera apertura
a tu mundo pulcro y festivo.
Y me pudro solo.
Solo, solitario, soledad.
Palabras que me llenan de dudas el
corazón,
que claman tu atención,
que me mires entre los regalos que
portas
para hacerte feliz,
esa felicidad indigna y festiva.
Miedo, terror, temor, pavor.
Sentimientos de día tras día,
de noches con noches,
mi calle es mi cárcel,
mi luz es mi sombra,
mi sombra, mi figura,
mientras clamas al cielo
tu figura límpida y festiva.
Cárcel, sombra, negrura.
No me llames más,
soledad y olvido…
En el vórtice de mi ansiedad
te lanzo mis lívidas miradas,
te ofrezco mi voz como hermano,
carezco de otra cosa,
solo toma mis manos y mi voz,
y deséame, ¡Feliz Navidad!