martes, 10 de julio de 2012

TRAS LA BLANCA GARGANTA DE LA MUERTE



Como un escalofrío interminable,

temprano, sentí un susurro roto

tras las cortinas de la esperanza,

un llanto dolido

vació las cuencas de sus ojos,

para morir en sus brazos,

un viernes roto,

como cualquier otro,

un hachazo cíclico

la acercó a ese anochecer ignoto.



Entre parpadeos volatilizados

y caricias angostas y fatuas,

lívido y minúsculo puso coto,

infructuosamente,

a alcanzar cualquier lugar remoto.


No hay comentarios: