sábado, 20 de abril de 2019

PERDÍ TUS MANOS, MADRE

PARA MI MADRE, SOLEDAD. Ayer fue su viernes. Nunca podré con la pena... Nunca se acostumbra uno a ella.


Como dijo Miguel Hernández: "Tanto penar para morirse uno"... 

Aquí va, por ti, mamá.

Perdí tus manos, madre,
aquella noche de duermevela,
y se me arrugaron las mías,
las nubes cegaron mis ojos
de ineficaces lágrimas.
Los papeles fueron rotos,
se tornaron riachuelo
y Jesús te oyó entre las cortinas
y los muros blancos
en esa nebulosa e impía
SOLEDAD mía.
Y te sigo queriendo, madre,
en mi humilde letanía,
sufriendo tu ausencia,
viviendo tu esencia.
Necesito tu ternura,
tu sensible bravura,
tu carita de color, 
tu suavidad encantada.
¡Hasta cuándo, hasta cuándo
permaneceré esperando!
Quisiera ser Caleta
para sentirte en las estrellas
acunarme cada noche.
¿Hasta cuándo, madre,
hasta cuándo?






No hay comentarios: